Los cultivos transgénicos son un gran experimento biológico. Cuando introducimos genes de medusa, insectos o bacterias en una semilla, estamos creando seres que nunca hubiera alumbrado la naturaleza. Las semillas transgénicas adquieren características nuevas para resistir a determinadas plagas o agroquímicos. Algunas, podrán crecer casi sin agua y otras, nos ayudarán a combatir enfermedades.
El problema es que esas semillas no son de todos, ya no están en manos de los agricultores. Ahora están patentadas y pertenecen a las multinacionales.
Durante años sólo ha habido un cultivo modificado genéticamente autorizado en Europa. Es un maíz insecticida: el MON 810, una patente de la multinacional Monsanto. España es el único país de la Unión Europea que lo cultiva a gran escala. Este maíz tiene incorporados genes de una bacteria del suelo que genera una toxina para matar a los gusanos del "taladro".
Un grupo muy importante de científicos, y las multinacionales biotecnológicas garantizan que no perjudican a la salud ni al medio ambiente. Los grupos ecologistas, sin embargo, han pedido que se retire el MON 810 de los campos.
Dentro de poco, tendremos en el mercado tomates con propiedades antioxidantes. Transgénicos incorporados a la dieta para combatir enfermedades. Nos han presentado el arroz dorado, modificado genéticamente para aportar provitamina A, como la solución al problema de la malnutrición en Asia. Pero, no es oro todo lo que reluce. Los grupos ambientalistas denuncian que estamos ante una maniobra más de las multinacionales de los transgénicos para ganar mercado en los países pobres, que van perdiendo sus recursos genéticos y su soberanía alimentaria.
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