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«¡Nuestros líderes nunca se equivocan!» asegura un alto funcionario del gobierno de Corea del Norte. Cuando el periodista le pregunta qué pasaría el día que se equivoquen, si podrán ser sustituidos, el mismo funcionario se lo piensa y responde: «No sé, eso nunca ha pasado...» Así comienza un viaje por el último bastión comunista del planeta donde todavía se vive con los esquemas de la Guerra Fría. Un país de inspiración estalinista donde el culto al líder Kim Jong Il es obligatorio, si no se quiere acabar en un campo de reeducación.
La novena potencia nuclear que alardea de su fuerza bélica, mientras la mitad de la población vive en los límites de la malnutrición. Donde las masas son movilizadas a diario para mantenerlas alerta ante enemigos imaginarios y se bloquean las emisoras extranjeras para que no se filtre ninguna información del exterior. Una enorme cárcel de las ideas donde todo el mundo es supuestamente igual, aunque las elites del partido se muevan en Mercedes y el resto del pueblo lo haga en bicicleta...
Un supuesto paraíso social que confina a sus deficientes psíquicos en cooperativas agrícolas como mano de obra defectuosa. Un lugar donde todavía hay campos de concentración para disidentes políticos y los periodistas se tienen que camuflar de turistas para entrar...
Tres agentes de la seguridad del Estado velaron constantemente para que sólo se grabara lo que ellos querían mostrar. Salir sólo del hotel estaba terminantemente prohibido bajo amenaza de expulsión del país. Aun así, el reportaje logra ofrecer un retrato aproximado de la verdadera realidad de un país que se despierta por las mañanas con las músicas patrióticas que suenan en cada fábrica o escuela, y que se acuesta cuando en la alienante televisión estatal retumban los acordes del himno nacional. En Corea hay inmensas autopistas de cinco carriles por las que apenas circulan vehículos, pero en las que se pueden observar numerosas cuadrillas de obreros barriendo el asfalto.
Corea del Norte es un enorme juguete de 22 millones de personas para un líder que se cree un semidios. Un hombre que se hace llamar el sol del siglo XXI y al que le encanta levantar estatuas y retratos suyos por todo el país. Un estadista que asegura que ha escrito de su puño y letra más de 18.000 libros. ¡18.000! Un libro por día durante 49 años. Y todavía, cuando se pregunta a los miembros del régimen que eso es imposible, olvidándose del sentido común, son capaces de responder: «Es que es muy listo...»
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