La revolución haitiana, única revolución antiesclavista de la historia de la Humanidad, se consiguió en contra de los mismísimos ejércitos napoleónicos, algo que el mundo blanco y colonialista nunca les iba a perdonar.
La más rica de las colonias francesas, primer país liberado de América Latina, tenía ya su tierra arrasada y desertificada por el monocultivo de caña de azúcar. Además, los colonialistas decretaron un bloqueo total. Para levantarlo, los haitianos tuvieron que acceder a una aberración del derecho y de la política internacional, ¡pagar una indemnización a Francia!, su antigua potencia colonial.
Un tiempo más tarde, los EEUU no encontraron mejor forma de garantizar sus intereses económicos en Haití que invadirlo militarmente en 1915 y ocuparlo hasta 1934. Después, con un país ya arrasado y pauperizado, la historia un poco más conocida: los regímenes de terror de los Duvalier: Papa Doc y Baby Doc, avalados siempre por el Imperio.
Cuando llegó un cura tercermundista que quiso cambiar algunas cosas, como Jean-Bertrand Aristide, la pequeña pero riquísima elite haitiana y los EEUU favorecieron el golpe de Estado del general Raoul Cedras. Luego de varias idas y vueltas de Aristide, un nuevo golpe de Estado en 2004 secuestró al presidente y lo llevó a la República Centroafricana, inaugurando una receta que siguieron en 2009 los golpistas hondureños.
Y lo paradójico y perverso es que el imperio norteamericano, aprovechando el terrible terremoto del 12 de enero, usa hoy al primer país liberado de América Latina para ocuparlo y desde allí contrarrestar a los otros pueblos que quieren mirarse en el espejo haitiano.
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