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El documental empieza con cuatro definiciones de “copiar”, entre las cuales: «Copiar significa no tener imaginación» y «Copiar significa la génesis de la creación». La primera, tan original e imaginativa, es de la directora de una editorial, la segunda, más honesta y realista, es de un abogado experto en temas legales ligados a la propiedad intelectual y a las tecnologías de la información y la comunicación.
¿Acaso hay alguien que crea honradamente que los humanos somos capaces de aprender de la nada, sin apoyarnos en lo que han hecho los demás antes de nosotros? Y no se trata sólo de los productos de entretenimiento que tanto interesan los Ministerios de Culturas de los estados dependientes de los EEUU, sino de las obras maestras de la historia de todas las artes. ¿Hubiera podido Mozart desarrollar su genio creador si Haydn hubiera patentado la forma sonata? Bueno, en realidad ni Haydn ni Mozart y tampoco Beethoven hubieran podido escribir esas sonatas, sinfonías o cuartetos si Bach hubiera sido socio de alguna organización parecida a las actuales Sociedades de Derecho de Autor, puesto que, para defender su Clave Bien Temperado, ésta hubiera impedido el uso del sistema temperado hasta 1820: adiós al desarrollo de la forma sonata. ¿Y qué hubiera pasado con la pintura si Brunelleschi y sus herederos hubieran prohibido utilizar la perspectiva hasta pasados 70 años desde su muerte? Y las catedrales góticas, ¿cuántas de ellas no habrían podido ser edificadas si la construcción del primer arbotante hubiera comportado la prohibición a los demás arquitectos de copiar ese recurso?
Definitivamente: copiar es la génesis de la creación. Mirar Las Meninas de Picasso y repetir en voz alta la tercera frase del documental, «Copiar significa no tener imaginación»...
La triste realidad es que, aunque parezca increíble, hoy en día, en plena era de la información y la comunicación, esos son los plazos para que se pueda emplear libremente una obra. En el documental se explica cómo se han ido ampliando (y se sugiere la razón), cuando debería haber sido justamente al revés: conforme iban mejorando las técnicas de reproducción y difusión debería haberse recortado ese plazo, pues la explotación económica ahora es mucho más rápida, lo que permite recuperar la inversión y ganar la legítima recompensa al trabajo realizado en menos tiempo. Pero ahí está el problema: no les basta con obtener su legítima recompensa, sino que quieren más, y más, y más…
Por supuesto que tienen importancia los derechos morales, el primero de los cuales es la autoría, y de lo realmente reprobable que es el plagio. Sólo se puede firmar lo que se ha creado y, si se copia algo, hay que referenciarlo adecuadamente. ¿Hasta qué punto puede ser un delito copiar? ¿No copiamos todos constantemente cuando pensamos?
Una nueva batalla ha comenzado, las compañías discográficas se quejan de pérdidas millonarias, mientras que los usuarios piden que se les permita usar una tecnología que está disponible y no se puede mirar hacia otro lado. Uno de los mayores exponentes de esta realidad es el software libre, y más concretamente el sistema operativo Linux. Hoy en día Linux es casi tan sencillo como Windows y millones de personas lo utilizan en todo el mundo sin tener que pagar por ello. Además, ha sido desarrollado por personas que lo mejoran y lo ponen a disposición del público sin ningún tipo de restricción.
En el mundo editorial ya existen modelos basados en la publicación libre de las obras en internet. Curiosamente, no hace que las ventas de los trabajos editados en papel bajen (¡las buenas obras aumentan sus ventas!), pues los compradores se sienten más seguros al poder leer lo que buscan antes de comprarlo. Se abre entonces un nuevo sentido de la propiedad intelectual que tiene ya millones de adeptos: el copyleft.
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